Las escalinatas

"The View". Jana Hengstler, class of 2014, was born in Hamburg, Germany and then moved to South Africa for three...
April 03, 2012

Miguelangel Gonzalez class of 2012, a Latin American Studies and History double-major, is traveling to Cuba this summer.

 

“Hay que borrar diferencia, unidos armonizar, ya que el sol sale para todos compartiendo al fin…” fueron los únicos versos que un loro cantaba, sentado en un peldaño de escalinatas, vestido de todos los colores del arco iris. Nadie de la historia en Brooklyn había visto un arco iris brillante sobre los apartamentos altos, deslucidos, y uniformes; escalinatas con el mismo número de peldaños, barandillas guiando el trayecto de la entrada a cada apartamento de piedras marrones; tres pisos, uno en el sótano, otro en el segundo piso y el último en el tercero. Un verano había un edificio al cual nadie hacía caso. Fue quemado en tormentas de fuegos en su tiempo y reconstruido una y otra vez. En el tercer piso vivía doña Doris, una señora corpulenta y bastante religiosa sacudiendo sus mantas entre la brisa caliente del verano urbano. En el segundo piso nadie sabía quién vivía allí, los inquilinos especulaban que eran unos jamaicanos porque escuchaban reggae luchando contra el balsámico merengue tradicional en el sótano. Pero la vista más espectacular era de un hombre viejo y barbudo que se reía extraordinariamente a algo transparente. Él decía que hablaba con sus muertos antepasados de su patria en el Caribe. Escupía rabiosamente a cualquier persona que se burlaba de él, saliendo con malas palabras y obscenidades a los transeúntes. Todos pensaban que estaba loco de la cabeza, un borracho solitario, sin hogar que vivía encima de las escalinatas donde pasaba el día entero vigilando detalladamente sus alrededores.

Un día terriblemente caliente, alguien trastornó el hidrante de agua, lo que generó una humedad imperdonable. Por la esquina enfrente de la bodega había cuatro personas jugando dominós de una mesa plegable, dos hombres mayores: uno con una guayabera [traje tradicional cubano] puesto, al lado de él, un señor descamisado, pecho peludo con una gorra de los Yanquis fumando un cigarro dominicano, sentado al lado de ellos un joven y medio. El joven gordo y negro fue disculpado tanto por la presencia de un niño andando con afectación por la mesa aconsejando a los hombres sobre la siguiente acción en el juego.   

 

—-“¡Muchacho del diablo! Déjanos en paz, tú no ves que ‘tamos jugando aquí” dijo el viejo con el cigarro.

 

—-“¡Muévete, coño!” amenazaba el negro gordo.

 

—“¡Muy Bien! No hay respeto al respeto. Viejos maleducados” replicó el niño y se fue corriendo cuando los hombres se pararon de medio pie señalando sus dedos de corazón.

 

—“La próxima vez que te encuentre te doy una pecosá, maldito…” gritaba uno de los hombres de lejos mientras el niño cruzaba la calle.

El niño dobló la esquina donde vio un perro grandísimo babeando con una rabia espumosa atrás de la cerca alambrada. El niño sintiéndose muy valiente empezó a fastidiarlo con muecas y cantos. El perro aceptando el reto de repente brincó a través de la valla. De nuevo, el niño se fue huyendo por la cuadra, albergando la rapidez como el superhéroe “Flash.” Dobló otra esquina por la calle principal, el perro lamiendo sus calzoncillos. Ligeramente, el niño se tiró a través de una valla al azar. El perro que era tan grande, que podría brincarlo sin tratar paró y se redujo a tamaño de un bicho y se fue llorando.

—“¡Eso, lárgate, puto perro, yo soy el rey de estas calles!”

—“Yo conocí a un rey en Nicaragua pero una banda de guerrilleros lo sacaron de su país sin dientes ¡Qué alivio!…ese si fue un criminal…pero curioso, usted no parece criminal,” dijo un hombre barbudo que tenía un diente de oro sentado hacia el peldaño de una escalinatas de cemento en estilla. Tomando su mamajuana [guaro dominicano] vigilaba a fondo al jovencito.

—“¿Boricua, dominicano?…no, tiene cara de haitiano.”

—“Americano,” lanzó el niño.

El viejo barbudo levanta sus cejas sorprendido por la respuesta sofisticada de un niño que parecía tan ignorante. “Tulún…me llamo Tulún” dijo el viejo y puse su mano para saludarlo. El niño no aceptó el gesto volviendo a la valla sin dar la espalda. “¿Usted no tiene nombre?”

—“Mi mamá no me permite hablar con desconocidos.” De repente el niño cubrió su boca con sus manos, sabiendo que hizo un delito. Su mamá tenía un sexto sentido cuando su hijo hacía algo malo. El niño se quedó parado, bajó sus manos lentamente y se fue corriendo a velocidad de la luz por la cuadra.

Al día siguiente, el niño pasó por la misma cuadra donde vivía Tulún en las escalinatas imitando un discurso a una audiencia falsa. En el tercer piso, doña Doris con su grupo de evangélicos que cantaban música tejana de Selena mientras cocinaban algo sabroso. Por la esquina, Tulún vio al niño corriendo de nuevo y detrás de él, tres diablitos malignos con horcas.

—“Aquí hijo, rápido.” El niño sin pensar se tiró de nuevo a través de la valla y se escondió detrás de Tulún.

—“Negrito, tiene ganas de meterse con nosotros” dijo el líder de los diablitos. “La próxima vez que jodas con nosotros te daremos tres balazos por el culo.”

—“¡Vete ‘pa carajo demonios!” gritaba Tulún, “yo soy santero.”

—“Usted es un viejo bajoapeo [hiede de mierda], no te metas en cosas ajenas.” El líder diablito señalando con el dedo al niño, “prepárate negrito,” y se fueron caminando bajo la cuadra en confianza.

El niño de repente se dio cuenta que estaba cerca de Tulún. Se alejó asustado por tocar al viejo que nunca dejaba las escalinatas. Pero casi instintivamente el niño se sentó dos peldaños debajo de Tulún.

—“Bueno, gracias por defenderme. ¿Tulún verdad?” Indeciso en cómo empezar la conversación preguntó, “¿Cuándo fue la última vez que saliste de estos escalones?”

—En el ’65 cuando llegué a este jodido país. Prefiero estar aquí, me siento seguro en estos escalones, el mundo es demasiado peligroso.

—Obvio…¿Entonces nunca piensa salir de aquí?

—Cuando vivamos en un mundo igualitario y el humano deja abusar otros humanos, por lo tantos… sí, nunca. ¿Por qué te molestaban esos diablitos? Pecaba algo bien grande para tener tres persiguiéndote.

—¿Diablitos? Ohhh…ellos, siempre me molestan, no hice nada, no tiene nada ‘ma que hacer con su tiempo menos joderme la vida.

—Lenguaje jovencito.

El niño avergonzado y enrojecido evitaba sus ojos. Dos peldaños arriba de Tulún el loro colorado curiosamente miraba al niño. En esa manera curioso conocido por los loros, caminaba dos pasos a la derecha y tres pasos a la izquierda meneando su cabeza. De ese momento sin razón el niño pasaba cada día platicando con Tulún en las escalinatas, hablando sobre varios temas. El niño ya venía sin correr y los diablitos dejaron de cazarlo. Por el medio del verano, el niño y Tulún se hicieron mejores amigos. Algún día que no importaba el niño se quedó hablando con Tulún hasta el anochecer. El sol bajaba lentamente, el verano no lo permitía descender rápido como en el invierno y con suerte porque el niño tardaba para la cena.

—“Dios mío, mi mamá me mata. Casi me olvido del hambre.” Abrió el portón pero se quedó pensando. Le preguntó a Tulún si le gustaría cenar con ellos.

Tulún mostró una sonrisa vibrante como si su emoción se preparara para escaparse de su cuerpo. “La última vez que alguien me invitó a cenar fue en el ’61 con Trujillo y Castro en una fiesta bien buena en Washington. Sin embargo, lamento que nunca dejaré estos escalones hasta que la humanidad aprenda a armonizar.” El niño se rio complacido por sus ideales inalcanzables. Tulún frunció el ceño.

—Lo siento mucho Tulún, no era mi intención hacerte daño.

—No te preocupes jovencito, no me ofendiste, vete antes que tu madre enrojezca tus nalgas.

—Sí señor, hasta mañana, buenas noches compadre.

—Buenas noches joven.

El niño corrió por la cuadra y dobló la esquina. El calor no era tan inaguantable ya que se estaba poniendo el sol. Tulún limpia el sudor de su frente. En seguida,  le dio una corazonada y no dejó de mirar la esquina. Se esforzó de ponerse de pie. Sin saber por qué, Tulún salta por encima de las escalinatas, salió por la cuadra y se fue corriendo con toda fuerza. Dobló la esquina y en unos metros encontró coches de policías con sus luces alumbrando los colores rojo, blanco y azul juntos con todo el pueblo agrupado a la misteriosa escena. Tulún se golpeó entre las masas y arrancó la cinta amarrilla cerrando a la gente de la escena del crimen. Todo el pueblo dejó de prestar atención al cuerpo muerto y sólo al loco viejo barbudo arrodillado, lleno de lágrimas  acariciando al niño sangriento.

Arriba sentado en un tendedero lo vigilaba todo un loro y cantaba, “Yo por ti y tú por mí vamos a armonizar.”

FIN